jueves, 26 de febrero de 2009

Sólo palabras

Y eran sólo palabras, inclino el trazo de la tinta y escribo sólo palabras... “Antes de morir, y dejarle a tus hijos la pobre herencia de una fortuna en propiedades y ni un recuerdo; yo estaba a tu lado, con lágrimas en los ojos, escuchando esa tos ya sin aire, y mirando esquivamente tu cuerpo retorciéndose en las hipócritas sábanas blancas. Los dos estábamos en un cuarto -igual de blanco que las sábanas- con el televisor encendido, porque en un acuerdo implícito habíamos establecido que cualquier conversación sería inútil, porque empezaríamos a llorar… y vos, vos no podías llorar, porque el esfuerzo de una lágrima equivalía a que mil astillas de vidrio se clavaran lentamente en tu pecho. Definitivamente las imágenes en la tele eran un silencio inventado que nos hacía falta ante tanto ruido. El ruido de todas las visitas que habían pasado por esa sala a dar su pésame, acordándose de su ‘primo’, de su ‘amigo’, de su ‘abuelo’ sólo el día de su adiós; y el ruido de las que no fueron ni siquiera por falsa cortesía.
En un momento vos me miraste, tenías la frente sudada y las manos frías; pero no eran las manos que me habían enseñado a hacer barriletes, ni siquiera la mirada tenía los ojos de ese hombre que en mi infancia había sido un héroe. Tu mirada, curiosamente, no me inspiraba lástima sino culpa; y esa culpa era la que hacía que las lágrimas subieran desde el nudo que tenía en la garganta hasta los lagrimales y brotaran incontrolablemente. Tosiste. Te enojaste con la imperfecta forma que respirabas, y me pediste otro calmante; te iba aclarar instantáneamente que iba a ser el quinto calmante en media hora y comprendí lo idiota que era: ‘sus últimos minutos y todavía me atrevo a opinar’. Busqué el vasito con agua, te puse las píldoras en la boca, te acerqué el vaso. ¡Cuánto te costaba inclinar la cabeza y tragar el agua! Quisiste agradecer de esa manera exagerada que agradecías cada favor, y en lugar de ello tosiste, dos, tres veces. ‘Gracias’.
Me dio una bronca inmensa que fueras tan bueno conmigo, que desgarraras tu pecho asfixiado sólo para agradecerme… agradecerme un vaso con agua.
De repente juntaste fuerza… ‘¿A quién le servirá mi dolor?’ preguntaste para encontrar un poco de alivio en el sentido… ‘¿a quién, Dios, a quién?’ Y tu tos áspera cada vez más suave, porque ya no tenías aire… ‘Siento vidrio en los pulmones’ repetiste lo que cada noche decías antes de que los calmantes te durmieran, y de nuevo, ‘¿a quién, Dios, a quién?’ Y yo me sentía un miserable impotente, porque tu dolor sólo me crucificaba en la culpa, en la culpa de dejarte morir, en la culpa de los reproches, de las ausencias.
Giraste la cabeza queriendo ver más allá de esa pared blanca, buscando un horizonte más agradable que esa sala, que esa asfixia, y ese pecho lleno de vidrio… volviste a mirar hacia mí. Sonreíste. Me arrodillé en la cama, a tus pies, besé el blanco esperanza de las sábanas, que se teñirían de negro, y de tristeza. Ya no respirabas, ya no tosías…”

martes, 3 de febrero de 2009

ADVERTENCIA:
Aun no me encuentro conforme con lo aqui publicado, sin embargo en un arrebato de despreocupacion y valentia lo someto al juicio de mis queridos cofrades...



Llovía y se refugió en un alero diminuto que no supo cubrirlo del todo, se puso el Clarín a modo de sombrero y corrió a la otra vereda pensando que correr de la lluvia era bastante absurdo. Había visto aquel aviso en una de esas revistitas que suelen armar los del circulo de comerciantes que incluyen palabras de la madre teresa y anuncios innumerables de miles de negocios conocidos, con cuponeras de 10% en chinelas o aceite suelto; “se busca joven emprendedor, con experiencia en viajes largos, que no le tenga miedo a la inmortalidad” la mezcla casi despreocupada de lo efímero del frío con lo trascendental de la inmortalidad lo atrajo. Dió unos pasos cortitos y tocó el portero: -Vengo por el aviso-. –Suba- le contestó una voz nicotinizada. El olor a mármol del 30’ se disipó al entrar al ascensor de puertas tijera con olor a aceite del 30’. El 3B era un pasillo con una puerta gris, nada más: ni helecho, ni potus, todo lo de allí parecía luminoso aunque sin duda no lo era, era como estar en una conservadora de tergopol. La puerta hizo ruido al abrirse, todos los pasos sonaban demasiado fuertes, cada roce de la ropa se sentía como un estallido, al doblar el diario pensó que se romperían los cristales veteados de la pequeña oficina. –Mucho gusto, siéntese- le indicó una señora regordeta (que no correspondía con esa voz rasposa y ahumada), era una mezcla de empleada pública con ama de casa fanática-del-barrido-de-veredas-matinal, sin duda unos 60, el pelo rojizo casi naranja se movía caprichoso al ritmo de una brisita que se colaba por debajo de la puerta. La oficina era un escritorio amplio, una máquina de escribir con más años que Matusalén, un vaso, el helecho reglamentario y la silla. Habló casi sin respirar y sin lugar a comentarios:- El trabajo, aunque raro, le dará la oportunidad que todo ser humano ansía en el fondo de su alma, los lujos de esta vida y hasta el amor se verían renunciados ante la oferta que voy a hacerle. Es usted un joven audaz dado que ha venido, un aviso tan escueto y misterioso solo atrae a los valientes, somos pocos en esta institución y es debido a la carencia de prospectos capaces, no es nada fácil mi querido, pero es sin duda una de las cosas mas nobles que pueden hacerse- Hizo una pausa, tomo del vaso, y prosiguió:- Sabrá usted que este mundo tan superficial que vemos, esconde en sus recovecos existencias paralelas que se mueven manejando al mundo como a los hilos de un títere, dándole equilibrio a esta realidad, es que quienes viven no están listos para verlo todo, hay dos momentos cruciales en que se puede ver el mundo desnudo: el nacimiento, del que no tenemos memoria y la muerte de la que nada podemos dar cuenta, no es un hecho fortuito, el ser humano es incapaz de albergar al verdadero mundo, es por eso que las almas de esta institución trabajamos día a día para que no se suelten los hilos y los demás vivan tranquilos, lo sé, usted dirá, destino injusto el de cuidar el sueño de los otros sin que podamos nunca dormir, pero es lo que ha tocado. Usted estará pensando, “yo no estoy predestinado a nada, puedo levantarme e irme ahora mismo y olvidarme de todo esto” le diré que no, si esta aquí es porque va a quedarse, así que no de vueltas y conteste: ¿quiere ser un fantasma o no?-, así termino el discurso desconcertante, los pensamientos se agolparon en su joven cabeza y quiso correr, pero el hecho de no conocer ni tener hacia donde lo desahució y lo decidió, la gente que no tiene nada que perder termina siendo héroe o demonio, no hay mas destinos posibles. Pensó que hasta donde el sabía los fantasmas eran historias para chicos que no tomaban la sopa o no dormían la siesta, eran almas en pena, se arrastraban por ahí y no tenían mas vueltas, esto de que manejaran el universo para evitar la perturbación de la raza humana era un concepto nuevo. La verdad es que en su vida había hecho algo por nadie, eso explicaba la falta de gente a su alrededor, nunca le había importado o al menos eso se hizo creer, así que iba a decir que si, no por lo de “la gran oportunidad”, si por la curiosidad, pero si uno aceptaba ¿que ganaba?, para ser fantasma hay que morir, ¿se quería morir?, ¿tanto tiempo para perder tenia?, aunque de ser fantasma el tiempo no seria un problema, igual, ¿tiempo para que?; ya habían pasado varios minutos de cavilaciones, así que la gordita irrumpió de nuevo: -Sepa que aun no le digo lo mejor. A veces uno va por la calle cuidándose de no caer a un pozo, mirando a ambos lados al cruzar, rogando que la comida no este envenenada, que aquel no nos asalte y nos lastime, etc. Todas cosas que tienen que ver con nuestro miedo a morir, sin embargo si nosotros tuviéramos la certeza de que moriremos cuando queramos y de la forma en que lo deseamos no seria mayor problema; he aquí mi oferta: le regalo su muerte.- Aturdido como cualquiera al oir la palabra muerte, nuestro futuro fantasma se retorció sutilmente en la silla, con vos, mentirosamente, firme dijo:-¿A que se refiere?-, la señora ya menos amable: -Eso querido, eso. Le ofrezco la oportunidad de decidir como y cuando desea morir, a partir de ahí es parte de nosotros para siempre-. Un nuevo escalofrió le subió por la espina el para siempre de un fantasma no era como el de los humanos, era para siempre en serio, con la boca seca atino a decir:-Déjemelo pensar, es una decisión difícil, necesito tiempo-, -Tiempo es lo que me sobra- contesto con magnificencia la señora, retomo – Le doy hasta hoy a la medianoche-, ahora si que con los ojos inmensos entendió que había embargado su destino, ese que creía inexistente y absurdo. Y así sin recordar como estaba de vuelta en la avenida, miro el reloj, eran las 7, ¿Cuándo paso el tiempo?, se dio cuenta que esas preguntas ya no deberían importarle, cruzo al bar, la lluvia caía copiosa y necesitaba algo de calor, se pidió un café y una mesa que diera a la avenida, se desespero y estrujo la gacetilla del circulo de comerciantes, maldijo a la madre teresa y se maldijo así mismo, ahora debía morir, tenia la opción de cuando y como, pero nunca sabría si era la correcta, la vida, o en este caso, la muerte no pueden decidirse en unas horas.
Postergo aquella guerra de nervios para mirar hacia fuera, para apreciar por ultima vez, desde adentro, la vida que hasta ese momento conocia; se dio cuenta de que cada escena formaba parte de un caleidoscopio de circunstancias unidas a veces tan solo por el espacio y el tiempo, se dio cuenta de que dos gotas que nacen identicas mueren convertidas en charco o mancha de sombrero, que cada instante que transcurre es tan ínfimo e importante como un átomo de oxigeno, no se dio cuenta: pero estaba desdoblando su existencia. Salio del bar sin que la lluvia lo mojara, camino lento, todo se habia vuelto dorado, como si viese a traves de un vidrio amarillo, se sintio en paz con el mundo, lo amo profundamente, se sintio pequeño y tan grande que marco sus pasos en el asfalto de plata.
Ya lo habia decidido iba a morir… naciendo. Sin que el supiera como, el asfalto se quebro y dejo salir una luz que lo absorvio, alli fue que los ojos se cerraron y la historia de la tierra desfilo ante sus ojos, se desnudaron las verdades y la calidez de lo que es inmenso mas alla de un dios, lo envolvio, una fuerza semejante a la que se siente en el ojo de una tempestad lo abrumo de truenos y de repente escucho la voz de papel de lija de la regordeta: Asi es el mundo desnudo, has elegido bien, has visto todo lo que podias con los ojos cerrados y el alma abierta, ya nada puede vencerte porque has visto la fuerza, ya nada puede engañarte porque conociste a la verdad y por sobre todo porque de ahora en mas vas a entender el amor. El se sintio feliz como jamas en su vida, fue un niño que no pudo nacer, pero no le negaron el mundo, ahora es el fantasma de la avenida que vaga por las noches recitando versos del amor y los helechos.










Angela