viernes, 22 de agosto de 2008

Leer el Diario


Para leer el diario hay q sacar los ojos de la realidad y posarlos sobre esas letritas negras q aglutinan la constante masa uniforme con la q cada día "nutrimos" nuestras pálidas neuronas. Leer el diario es dejar de ver el mundo para creer en un cúmulo de opiniones subjetivas en formato Arial 12. No se puede negar q es más fácil esa pseudo-información q mirar por la ventana y notar q todo esto tiene muy poco sentido. Por eso yo le digo: "Sra/Sr no confíe en lo que le dicen los ojos, son meros intermediarios de la realidad... saquensenlos... y van a VER lo que es bueno."

*Cronopiana_Mente*

miércoles, 20 de agosto de 2008

22/8

Interconsultas para el mismo paciente melodramático, estudios y mas estudios.
Eternos pinchazos con la ex profesa promesa que si respiras profundo el dolor duele menos, menos que el dolor.

---------------
Parecían veintiún años, que llevaba encerrado en la misma habitación. Las paredes son mas o menos las mismas, decoloradas con el paso de algo que se llevo su brillo, sus infinitos matices. No me atrevo a decir que se lo llevo el tiempo, porque el tiempo en esta habitación siempre era un visitante más con flores, revistas y preguntas torpes acerca del estado del tiempo y la belleza de las enfermeras. De todas formas las paredes seguían ahí, yo seguía ahí y el resto del planeta seguía ahí; en sus quehaceres domésticos como si desconociesen lo que iba a pasar el los próximos veinte minutos. Prendí la TV de alquiler -como de costumbre- cuando era hora de los calmantes y el cambio de suero. Las once y media de un día de agosto, el veintiún. Mientras la enfermera de turno trataba de encontrarle de nuevo la vuelta para que todo el proceso duela menos que el dolor, yo hacia zapping entre el canal cuatro y el veinte escuchando. En realidad, no quería mirar el aparato; siempre me había resultado completamente apasionante el movimiento de las arterias cuando tratan de capturarlas. Su escapar nervioso por debajo de la piel pálida, su zigzagueo constante como si estuviesen poseídas por la misma razón de vivir, de existir bajo un pedazo de existencia y sobre otro pedazo de mi. Pero siempre estaba la ágil mano de la entrenada en captación capilar y la muy pobrecita arteria fallecía exabruptamente bajo el calibre monstruoso de la jeringa. La ronda nocturna había terminado, la puerta se cerrada, el eco de la enfermera recordándome que cualquier cosa apretara el botón que estaba a mi derecha y que había dejado cerca por las dudas que necesitase algo con urgencia. El retumbar nervioso de mi chiste, en esa voz ronca, inaudible. Gastado ya por la circunstancia pero como todavía no tenia edad para darme el lujo y ser un viejo aburrido siempre causaba algo -entre la pena y la gracia- mientras el susurro rebotaba en el sonido del canal doce y la ventana entreabierta. ‘Salud Mirtha, necesito salud’. La luz desvaneciéndose en media centésima de segundo, después llegaba el clic desde la pared. Doce, trece, catorce, quince, veinte, tres, cuatro, diez, cinco, zapping frenético a medida que la morfina iba bajando por el cansado torrente azul, hasta llegar allá, al extremo del dedo anular derecho de pie izquierdo que estaba cruelmente destapado. Zapping o apagar, la inercia hizo lo suyo: arrojar el control remoto violentamente contra el sillón azul que me miraba atónito. Mientras, las personas del otro lado del vidrio, en plaza, seguían paseando a sus perros y a si mismas sin entender lo que iba a pasar unos diez minutos mas tarde. Esa noche no podía dormir, o dormía pero no podía concentrarme en recordarlo. Era una sensación intermitente, acompasada con el sonido a resoplido artificial, a anima autónoma sujetándome de los pulmones de a ratos para devolverme a la vida.
Estaba francamente acostumbrado, pero esa noche era insoportable; la sensación del aire entrando fríamente por todos lados, el anular derecho que había pasado burdamente a ser el estúpido dedo gordo que se quería escapar. Nada colaboraba al silencio normal, pero mientras tanto tenia ese deseo de serenata, de canción solemne descolgándose de mi ventana hacia allá, donde todavía no entendían lo que iba a pasar en ocho minutos y algunas fracciones que me dedicaba a contar mientras la maquina soplaba por mi. Al ultimo clic de la primera y agitada serie me acorde de ella. Maquina cómplice de mi neutralidad, había dejado de aspirar hospital justo cuando el tráfico en la avenida se había calmado y todo me recordaba a aquel ultimo silencio. El de los ojos acristalados y la excusa inexcusable. Cuando iba entrando algo brillaba de más en su dedo índice derecho y en sus faros azules, derecho e izquierdo. Se acerco después del calmante de las dos, cuando todavía estaba demasiado estirado como para contraerme por la noticia. Las paredes desbrilladas, en aquel tiempo me hablaban siempre de ella. Me lo dijeron una tarde, aunque yo ya sabía que nunca iba a durar lo que pretendía. Sabia que tarde o temprano algún alma tan caritativa como la que se esconde abajo del torrente azul iba a verla llorando a la salida del hospital y le iba a ofrecer un pañuelo y un café. Estoy muy contento que así halla sido. Algún alma caritativa también la acompañaría a su departamento, o la llevaría en auto cerca de su casa; seguramente luego la llamaría para ver si se sentía mejor, si había dejado de desfallecer, de llorar. Sabía que –eventualmente- pasaría, y un atlético varón con fuerza suficiente como para sostenerse sobre sus propias piernas le pediría amablemente que se casara con él. Y estoy feliz que no se casara conmigo.. pero como explicarlo ¿verdad? El dedo brillaba, sus ojos brillaban de más mientras que yo iba escuchando una verdad que me estaba perforando más los pulmones. Quería respirar aire de ciudad, explicarle que tenia un poema por cada banco de plaza, una dedicatoria por cada cuento al pasar, un beso en francés por cada abrazo… pero eran las dos y cuarto de un veinte de agosto y no podía hablar. Solamente podía escuchar y -envalentonadamente no llorar- hasta que su brillante presencia se fuera. Nunca entendí como se dio cuenta que era mejor que no volviésemos a vernos, mientras ella hablaba y yo sonreía como un nene de jardín uniformado de rojo con lunares blancos. Y ese silencio...¿Estaría ahora abajo, como los últimos cuatro años, leyendo alguno de los Cortazares que ella me regalo y ya había terminado? Para que engañarse, debe estar con algún hombre atlético de esos que no respiran hospitales, ni toman suero en vez de martinis secos.
Pasó un gato por el jardín tan distraído que no entendió lo que estaba por pasar a los dos minutos. Todo esto tenia demasiado sentido, antes era solamente un interno con una bellísima compañera. Era demasiado extraño para todos, inclusive debo aceptarlo para mi. Mis amigos, que hacia años que se habían dado cuenta hacia donde apuntaba mi vida (es decir, al mismo lugar a la que apuntaban las de ellos, nada mas que yo siempre era un adelantado) ya no pasaban tardes ni noches mirando el lento proceso. A veces pasaban, para asegurarse que siguiese en mi dieta de tubos transparentes y orquestados bombeos de algo. Ahora era un paciente, común. Corriente. Uno. ¿Uno con que? ¿Con el color horrible de las paredes?, ¿Con el movimiento fatídico de las hojas de aquel sauce?. Las primeras tres semanas en este lugar era algo disfrutable, pero después fueron saetas clavándose entre los silencios de zapping, entre los silencios de ella, mirándome desde el sillón azul mientras leía, mientras la leía de reojo como quien quiere entender el sentido de una obra inconclusa. ¿Uno de quien? Inconclusa. Porque estaba empezando a entender ese día, que el anillo dorado era lo que brillaba tanto en su dedo índice. La hoja de aquel árbol cayó sobre el marco de la ventana pero no sabia lo que iba a pasar dentro de un minuto. Aparte sus ojos, nunca los vi tan azules, tan perfectos, tan zafiros desafiantes a estar colocados ahí mirándome. La línea brillante que recorría la parte derecha de su cara era un pequeño río de deshielo que quería llegar a su cuello; y los dos pómulos rozados de ese día, dos manzanas coloradas. ¿Mi desleal dedo gordo me está haciendo tiritar? Y ella, que no podía sostener ninguna voz mas que esa que no había escuchado desde el día que me trajeron, el día de la confabulación extraña y la determinante beatitud de la frase esa que nadie estaba dispuesto a creer, ni siquiera el portador del delantal blanco de la muerte (porque ese día en realidad acabo con mi vida, el todavía no lo sabe). Hace un rato largo que estamos en silencio ¿no? Y si, me miro así y se quedo en silencio un rato, no sabia como empezar a decirlo... creo que eso, no sabia. Tenia que decir algo que no sabia, que no estaba segura de que estuviese pasando, de verme leerla de reojo y creer que estaba en un lugar mas lejos de mi conciencia y tan cerca de mi mano, y ¿el dedo anular tirita o soy yo? Y por supuesto! Porque ella quería esa libertad de andar en un convertible plateado con un conductor lo suficientemente fuerte como para aguantar el peso de la gravedad pero el silencio... como le explicaba al aire que en realidad nunca quería irse, solamente quería volver hasta que yo me fuera, pero como explicármelo ¿no? Yo no quería irme, pero la pucha que hace frío, yo quería acompañarla por veintidós años al menos. Hasta que esta alarma detrás de mi nuca se calle. Pero necesitaba volver todos los días, porque algo mas fuerte que ella la mantenía unida a la maquina, a la soplante realidad que me esta haciendo falta, a la anima faltante en mis pulmones y el bip-bip y el botón. Estaba seguro de haber tirado el control remoto sobre el sillón, o es ella que me miraba tirar del botón cuando tiritaba, y hace frío... mucho frío cuando ella tiritaba, porque claro yo no podía encontrar el botón que Mirtha había dejado a mi derecha y que había dejado cerca por las dudas que necesitase algo con urgencia, como un bip, algo como anima, como un constante soplido de hospital dentro de ese espacio entre mi corazón y mi alma, donde se escondían las arterias, ¿por qué no se están escondiendo mas entre la capa pálida y la otra capa de mi?, -último bip- porque claro, lo único que quedaba a la derecha era el sillón, la sombra invisible. Ella y los dos zafiros que me estaban mirando, la estaría soñando, ya estoy delirando.
¿Soy yo o las paredes tiritan?

Mirtha entro –desesperada- acompañada de dos batas blancas.
Ella sabía lo que había pasado, exactamente a las cero horas del veintidós de Agosto.

jueves, 14 de agosto de 2008




shhh.....
ya no despiertes
a la niña que no fui
déjala dormir
entre sus sueños rotos
y cantos de sirena
no la cobijes...
no siente frío,
entre cientos de promesas
olvidadas
se acurruca y espera
ella sabe que
que algún día de sol
de esos días otoño
en que mendoza
se perfuma de hojas secas
una mano tibia
va a acariciar su pelo
y esos recuerdos
pintados de amarillo
(porque el amarillo le queda lindo)
solo serán recuerdos
de algún lugar
de algunos labios
doblados prolijamente
en un cajón azul
(porque el azul le gusta tanto...)







lola








domingo, 3 de agosto de 2008



Me gusta la ciudad, me gusta el centro.. es lindo mirar a la gente pasar. Suelo sentarme por ahí y observar; observar esa es mi palabra. A veces es complicado ya que la gente no se detiene, camina ligero, corre, se desespera por llegar. A dónde, solo ellos lo saben, puedo inducir, imaginar, delirar y hasta tener la intención de seguirlos y llegar hasta algún semáforo para poder preguntarles hacia donde van y si al menos saben de donde vienen.
Pero nunca lo hago, el personaje observador, pasivo, reflexivo no me va mucho, pero es el que me toca y aprendo mucho de él.. aprendo con la gente a armar mis personajes, así cada vez se asemejan más a la realidad.
Pero muchas veces soy como ellos, y también camino ligero, corro y me desespero por llegar pero siempre tengo conciencia de donde piso, hacia donde voy y de donde vengo.. pero sobre todo cuido mis movimientos.. siempre hay un observador en Buenos Aires.

Instant-táneas de la calle.