Fíjese que curioso, ¿alguna vez conoció un loco? yo sospecho que este hombre era loco, aun sin saber bien en qué consiste eso de ser loco. Resumamos que era loco y punto. Y a mí que siempre me resultaron agradables las locuras ilustres como la de Don Quijote o Vang Gogh, me dio mucha curiosidad conocer sus motivos, no los motivos de la locura, esos son muy rebuscados e intangibles; hablo de los motivos sencillos y honestos que llaman inevitablemente la atención de un curioso como yo. ¿Acaso usted nunca se preguntó por qué y para qué estaba haciendo lo que estaba haciendo? Sin ir muy lejos ¿para qué o para quién escribo yo esto?
Cuestión que a mi me llamaban mucho la atención los motivos de éste loco. Imagínese qué tipos de ganas pueden movilizar a alguien de manera tan obtusa, para que despierte cada día y se diga: “hoy a las siete de la tarde tengo que ir a gritar a la plaza”. Y siempre que veía a este loco, tenía yo las insensatas ganas de preguntarle “¿qué lo trajo hasta aquí?”, no violentamente como suelo hacerlo; sino con simpatía y bastante envidia, porque no estaría mal detenerse unos minutos al día, cuando uno regresa del trabajo con broncas y líos pendulares, ponerse a gritar entre un montón de desconocidos.
No me diga que no le está dando intriga saber cuales eran los motivos que movilizaban a ese loco, para después acomodarlos en su rutina, y en cada vuelta del trabajo ponerse a gritar en una plaza, o en el colectivo, o en el subte si es muy tímido. ¿Y sabe que es lo malo de esta historia? Que nunca me animé a preguntarle, no por miedo a que me grite, sería después de todo, la opción más factible. No me animé porque esa tarde, yo estaba decidido a preguntarle, y cuando me aproximaba y veía a ese loco gritón y sonriente, me tomó por desprevenido una pregunta: ¿por qué preguntarle?
¿Y sabe qué? usted no me va a creer, pero después de la pregunta me invadió una angustia de esas que calan hondo, ante el hecho que yo mismo desconocía los motivos por los qué esa mañana había ido al trabajo. Usted dirá: porque debe tener que darle de comer a sus hijos, y si no va lo despiden, y sus hijos no tienen que comer. Bueno sí, es lógico, ¿es realmente para tanto? Pero no me detuve ahí: ¿por qué cuándo llegue a casa voy a encender el televisor? ¿para distraerme? ¿distraerme de qué? Y así sucesivamente hasta llegar a la conclusión que mis motivos eran tan inútiles como los del loco, y menos divertidos, y menos eficaces. Y no le sorprenda, no sea soberbio por un instante, le voy a contar que sus motivos, por más lógicos que parezcan, son tan estúpidos e inútiles como los míos y los de mí amigo el loco. Si no me cree, dése el lujo de conocer a un loco.
Ya sé, no me animé a hablarle, pero en cambio, junté coraje, inflé el pecho y me puse a gritar a su lado como un loco.
Atte. Manuel.
2 comentarios:
y la verdad que tenes razón.
ahora, yo soy tan caprichosa, que cada vez que me pregunto "por qué?" y me resulta obtusa mi respuesta, simplemente contesto "porque sí, y punto", o como diría algún personaje de chespirito: "Porque se me da la gana".
Dánica.
Reviví luego de finales y reencuentros con amigos que hicieron que el tiempo parezca poco.
Me caes bien
Yo hubiese terminado haciendo lo mismo, aunque mejor dicho lo habria pensado taaaanto pero taaaanto que cuando finalmente me decidiera habria miles gritando o no habria adie mas...
me voy pensando bajito
Publicar un comentario