jueves, 26 de junio de 2008

Bailarina Solitaria


Una noche cualquiera. Un pub elegido al azar. Dentro de él, decenas de personas diferentes. Hombres, mujeres, morochos, rubias, altas, bajas, con pantalón, con pollera, de ojos azules, de ojos castaños, con pelo largo, con pelo corto. Para mi son todos seres anónimos, desconocidos. Pero hay alguien que se distingue de toda esa muchedumbre. El contorno de su cuerpo forma un marco perfecto que distingue la pintura de su figura del resto del gentío, transformándolo en la pared que la rodea. Decido ubicarme a una distancia prudencial para poder contemplar, disfrutar y observarla en toda su magnitud.

Ella simplemente se me apareció. Los ojos no me engañaron: por más preparado que yo estuviese para ese momento, me asaltó una inquietdu indefinible que no conseguí dominar. Tuve la sensación de quien se eleva y cae. Estaba sola; y no puedo recordar de que forma estaba vestida, a pesar de tener presente su imagen. Estaba sola y parecía estar sola con sus pesamientos, no consigo misma. Había en ella una paz tranquila y una sombra de nostalgia iluminaba su rostro. Me pareció tan liviana que imaginé que podría levantarla con sólo una mirada.

¿Existe acaso algún espectáculo más bello que observar danzar de manera perfecta a una linda y simpática mujer? No sé exactamente si mis ojos se posaron en ella o si ella en mis ojos, lo cierto es que ahí estoy yo, absorto observando sus movimientos hipnóticos. No es sólo su única belleza la que me hace permanecer allí hechizado. Es el conjunto. Se mueve delante de mis ojos una figura de ensueño, en que todos aquellos seres femeninos se confunden.

Si existe algún reglamento de cómo bailar excelente, ella lo cumple al pie de la letra. Todos sus movimientos parecen calculados matemáticamente, cada desplazamiento de su cuerpo va exactamente acompañando a la música. Su largo cabello negro surca el aire de un lado al otro, la cabeza se mueve como un péndulo, sus brazos suben, bajan, mientras quiebra la cintura de un lado hacia el otro. Parece tener el diablo en el cuerpo. Las piernas ensayan cientos de pasos diferentes y sus pies se deslizan de un lado hacia el otro. Y yo contemplándola. Sé que no soy su único espectador, pero me creo la falsa ilusión de que ella baila solamente para mi y que yo soy su único voyeur. Ella no mira nada y por eso cree que nadie la mira. Y la sigo de lejos, devorándola con los ojos. Es mi odalisca de cintura mágica y caderas calientes. Mientras la miro, la disfruto. Me sorprendo luego de un rato con una sonrisa en mis labios.

Luego de un momento parece cansarse y se sienta. Soy invadido de una inmediata ira egoísta, maldiciendo que hubiera terminado así, unilateralmente, tan hermoso espectáculo. Pero como todo acto irracional, dura sólo uno segundos. Es estúpido enojarme con la mujer que había llenado de belleza mis ojos durante todo ese tiempo. Así que decido volver a perder la vista en esa pared de gente desconocida, sin identidad hasta que la pintura volviera a exhibirse. Sinceramente no sé cuanto tiempo habrá pasado, pero para mi fue eterno. De repente, cual Lucero en una noche cerrada, ahí está ella bailando otra vez. Ahora sus movimientos son anárquicos, la música corre por sus venas, ebulle un cuerpo endemoniado. Canta las canciones, las conoce. Por un momento la tengo frente a mi con su hermosa sonrisa a flor de labios. Finjo creer que el destinatario de ese gesto de felicidad soy yo. Internamente no deseo ni cruzar miradas, ni mucho menos acercarme a hablarle para agradecerle tan hermoso momento. Tengo temor de que se sienta por demás observada, se cohíba y su baile se vuelva automático, humano.

Ahora se sube a una silla para continuar danzando. ¡Como si necesitara subirse a un altar para distinguirse del resto de los mortales! Pero el malo de la película tiene un cartelito en su pecho que dice “seguridad” y termina rápido con el espectáculo. La devuelve al piso. Lo maldigo. Ella no se inmuta y sigue saltando, moviendo la cintura, los brazos, en fin, cada centímetro de su cuerpo pulido a mano, al compás de la música.

No sé su nombre, seguramente será descendiente de Apolo, el dios de la danza, ni de donde es, que estudia, o donde trabaja. Quizás sea abogada, médica, profesora. Lo desconozco. Lo que si sé, es que esta noche ella fue una musa inspiradora. Y para mí, es más que suficiente.


¡Que hermoso es sentirnos enamorados, y que extraño es saberlo! Ahí radica la diferencia....


SparklingDarkEyes

1 comentario:

lola** dijo...

Es indescriptible lo que sentimos cuando alguien baila/come/ríe/lee/camina o simplemente es, aunque sea solo minutos para nosotros, más allá de que lo sepa o no...
creo que eso lo dispara la orfandad de emociones del que somos victimas.
(si es autobiográfico le presento a mi prima para que le haga la danza del vientre...)
buenísimo Rubén