sábado, 7 de junio de 2008

Ventanas al universo


Recostados boca arriba sobre la superficie dura e irregular del suelo observaban como de costumbre el cielo nocturno. Los puntitos brillantes poblaban la inmensa tela negra del espacio adornándola con sus orgullosas luces diminutas, miles de lentejuelas o gotas de agua.
- Faroles. Ejércitos de faroleros desparramados en millones de mundos –dijo Damián.
- Esa es repetida, dijiste lo mismo hace unas tres semanas –le informó Esteban.
- No, hace unas tres semanas dije velas, inmensas velas de cien metros de altura por sesenta de diámetro.
- Es igual, para ponerle tan poca originalidad mejor deciles estrellas y punto. Además los faroles no sirven porque están clavados en el suelo, inmóviles, estatuas de luz.
- ¿Y? ¿Eso qué importa? –replicó Damián ofendido.
- Cómo “qué importa”, ¿vos no ves cómo se mueven? ¿no las ves patinar por el cielo y unirse en figuras que enseguida se deshacen, sólo para volver a agruparse en un nuevo dibujo libre de contornos o fronteras?
- No, yo veo faroles.
- Claro, si para vos los árboles son paraguas y el rocío es la transpiración del suelo. A ver, aquello qué es, ¿la pelota de playa de un gigante tal vez? –dijo Esteban señalando el enorme disco que dominaba como siempre la vastedad del espacio.
- Podría ser –contestó convencido Damián, deleitándose ante la oportunidad de irritar a Esteban-. O a lo mejor un lunar del universo.
- Lunares tenés vos en el cerebro, y me parece que te están afectando. Hay tantas posibilidades más interesantes que un lunar. Es mucho más emocionante darse cuenta que ese es otro mundo, igual a este, en el que otras dos personas están recostadas boca arriba mirando hacia el cielo igual que vos y yo, y cuatro pares de ojos recorren el universo en líneas paralelas y opuestas hasta que por fin chocan y se funden en una sola mirada, en un punto donde la distancia ya no importa o ni siquiera existe.
- Sí, todo lo que vos quieras, lástima que la vida existe únicamente acá, el resto del universo es un desierto helado y oscuro.
- Helada y oscura debe ser la cueva que tenés entre las orejas, por eso las ideas te salen ciegas y muertas de frío pobrecitas. Hay cientos de galaxias, miles de planetas, millones de asteroides, infinidad de estrellas y andá a saber cuántas otras porquerías de las que ni siquiera estamos enterados, y a vos se te ocurre que tenemos exclusividad sobre la vida. ¿Por qué? Ah, ya sé, porque somos especiales y dueños absolutos: vida marca registrada, todos los derechos reservados.
- Bueno, ponele que haya vida en algún otro lado, pero en esa cosa seguro que no –dijo Damián volviendo a señalar el inmenso disco junto al cual las estrellas se veían aún más pequeñas.
- ¿Por qué no?
- Decime una cosa, ¿me estás agarrando para la joda o es idea mía? Ya hace como cuarenta años desde el primer viaje exitoso de ida y vuelta. Después fueron y volvieron tantas veces que a estas alturas deben estar pensando en instalarse unas camas allá; y nunca encontraron nada. No me extraña, quién podría vivir en un lugar que parece una piscina gigante, pura agua, y casi toda salada para peor.
- Estoy seguro que si a vos te dicen que se va a caer el cielo salís corriendo a comprarte un paraguas o un casco, y después te construís un búnker subterráneo, no sea cosa de andar escatimando precauciones. Pobre crédulo, no querés ver que es todo puro verso, falsas seguridades, cuentos de cuna científicos para dormir más tranquilos. La verdad es que sabemos tan poco del universo como de la muerte; o de la vida incluso, porque seamos sinceros ya que estamos, de eso tampoco sabemos gran cosa.
- A vos cuando te agarra la metafísica no te banca nadie; dejate de joder y acompañame, vamos a ocuparnos de asuntos más mundanos y urgentes –dijo Damián que ya se había levantado y le ofrecía la mano para ayudarlo a incorporarse.
- Esperá, un meteoro. Ahí, mirá, ¿lo ves?
- ¿Dónde, aquello? Pero si apenas se distingue un hilo brillante, está demasiado lejos. Dale, vamos que me muero de hambre.
Esteban mantuvo unos segundos la vista fija en el cielo, persiguiendo con la mirada el recorrido de la estela luminosa que surcaba el espacio. Se sacudió el finísimo polvillo blanco que cubría la superficie lunar y se adhería inevitablemente a todo aquello con lo que entraba en contacto, y siguió a Damián fuera del cráter al cual cariñosamente habían bautizado “Puesto de observación sideral”.


Nicolás, con una estaca en la mano derecha y uno de los laterales de la carpa a medio armar en la izquierda, se detuvo de golpe como siempre al ver a Denise sentada frente al telescopio. No podía evitarlo: Denise sentada con las piernas cruzadas y la espalda recta, el pelo negro lamiéndole los hombros y estirándose largamente hasta su cintura, la cabeza apenas inclinada hacia delante, su cuerpo delineado por las luces de la noche, serena y concentrada, quieta toda ella salvo las manos; salvo las manos que juegan como mariposas alrededor del telescopio, buscando la precisión exacta y necesaria. Denise y el telescopio, un espectáculo que seguramente las estrellas contemplaban con sus propios artefactos astronómicos.
- Por mirarme a mí te estás perdiendo uno de los fenómenos más hermosos de la naturaleza.
- Aunque lamento estar en desacuerdo, es mi deber informarte que la tuya es una afirmación muy contradictoria, porque eso es justamente lo que yo estoy viendo. Pero, vos, ¿a cuál otra belleza te referís?
- Una estrella fugaz.
- Ya vi muchas, son todas más o menos iguales –dijo Nicolás volviendo a concentrarse en la carpa-. Lo que yo no entiendo es cómo puede ser que siempre adivines cuándo te estoy mirando.
- Porque tus ojos me caminan por la piel y mis labios se estiran en una sonrisa sin que yo se los ordene.
- Ah, la fisiología de la intuición de la que tanto se habla.
- Y además te conozco, tontito. ¿Vos creés que habrá vida inteligente allá?
- Yo todavía tengo mis serias dudas sobre el coeficiente intelectual de la vida acá; pero dejando eso a un lado, especificame con un poquito más de exactitud, ¿dónde vendría a ser “allá”?
- Allá, en la luna.
- No sé, igual no importa mucho lo que yo crea; según tengo entendido cuando Armstrong dio el famoso gran paso para la humanidad no se encontró con ningún felpudo de bienvenida, ni con nadie que le hiciera un escándalo por no limpiarse las botas antes de bajar del cohete.
- Pero eso fue todo trucho, un teatro del gobierno yanqui para alardear otra vez de lo grandiosos que son y dejar re calientes a los rusos, y de paso distraer a la gente para que no se les arme un quilombo bárbaro por los desastres de Vietnam. En ese sentido fue algo similar a lo que pasó acá con el mundial setenta y ocho. La religión será el opio de los pueblos, pero no hay que olvidarse que el éxito y la gloria, en cualquiera de sus frascos posibles, son la cocaína de la humanidad.
- Mirá, en ese caso es la obra de mayor presupuesto que vi en mi vida, otra que las funciones en el Colón. Además, qué sé yo, me parece demasiado esfuerzo; una mentira así no es cuestión de inventarla y listo, después hay que aguantarla, y ahí te quiero ver.
- O sea que para vos no hay vida allá, los seres humanos somos los reyes solitarios del universo.
- Pará, princesa galáctica, yo no dije eso. Con tanto espacio vacío seguramente alguien más debe haber dando vueltas por ahí. En una de esas, quién te dice, puede que incluso allá; después de todo, ya lo dijo la banda rosa, andá a saber con qué te podés encontrar en el lado oscuro de la luna.
- Yo creo que sí. Estoy convencidísima de que los selenitas viven en ciudades portátiles, son tímidos y aman dormir, por eso permanecen siempre en la noche lunar.
- ¿Los selenitas?
- ¿No leías Mafalda de chico? Son los enanos en piyamas que habitan la luna. No ves que al final con vos no se puede discutir científicamente, yo intento imprimirle un aire académico a la conversación, te hablo de las últimas teorías astronómicas, y vos me mirás sonriendo con tus ojos de tortuga resfriada.
- Me encantaría saber como son los ojos de una tortuga resfriada. Tus teorías astronómicas me tienen sin cuidado, a mí el único cuerpo celeste que me importa está acá en la tierra, en esta misma colina, ejerciendo una fuerza irresistible que genera mareas en mi sangre –dijo Nicolás tomándola por la cintura y forzándola a separarse del telescopio.
Denise se dejó caer con él sobre la hierba, riendo, rodando; aceptándolo y rechazándolo simultáneamente en una oscilación lúdica y ritual, pautada con reglas que ninguno había establecido pero que ambos conocían y aceptaban, envueltos en un abrazo de dos que ya no eran dos, el amor abrazándose a sí mismo.


La habitación estaba a oscuras. Sólo la escasa luz proveniente de la puerta abierta recortaba las siluetas de los muebles, permitiéndole a la mujer de pie junto a la cuna percibir sus formas vagas y huidizas. El hombre se apoyó contra el marco sin entrar en el cuarto y su figura también pareció borrosa e imprecisa al dibujarse sobre el fondo de luz tenue.
- ¿Se durmió? –preguntó.
- Shh, todavía no –susurró la mujer-. ¿Por qué tenías que armarle un móvil con esas condenadas pelotitas? Todas las noches sucede lo mismo: durante media hora más o menos no les quita la vista de encima, hasta que por fin se cansa y se queda dormido.
- En primer lugar, no son pelotitas, son canicas, mi más preciado tesoro infantil. Y en segundo lugar, fuiste vos la que me pidió que las use para algo útil, o las tire.
- ¿Y vos le llamas a eso “algo útil”? –dijo la mujer señalando el conjunto de esferas de distinto tamaño que pendía a escasos metros de altura sobre la cuna. En el centro del móvil se imponía una bola dorada y mayor que las demás, alrededor de la cual el resto de las canicas se organizaban para crear un hermoso diseño en espiral.
- A él parece que le gusta –contestó el hombre sonriendo y aproximándose a la cuna.
- ¿Qué podrá estar viendo? ¿Qué estará mirando con tanta concentración?
- No sé, pero sea lo que sea, debe ser mejor que lo que pasan por la tele-. El hombre realizó un abrupto y preciso movimiento de muñeca y el fuego de un fósforo rasgó fugazmente la penumbra del cuarto. Encendió un cigarrillo y apagó la cerilla-. Vamos, no me gusta fumar cerca suyo; además, si nos quedamos va a tardar más todavía.
El hombre la tomó de la mano y la guió en silencio fuera de la habitación, aferró el pomo de la puerta y tiró hasta dejarla ligeramente entreabierta.




Leandro - Ciudad Cronopio

6 comentarios:

Paulita dijo...

Muy bueno.
realmente.

al fin y al cabo,
todas las vidas,
todas las musas,
todos los escritores,
todos los llantos,
todas las alegrias
todas las dichas, comienzan y terminan bajo el mismo cielo.


saludoss!

Anónimo dijo...

"Justamente...que suerte para los selenitas!"


jajaja me hiciste acordar, inevitablemente



Mafalda es lo más, Quino es lo más

Anónimo dijo...

Me fascina el universo y las estrellas, casi tanto como Mafalda y aún más lo que subiste. Tenes que escribir una novela no caben dudas. Me encanto lo del lunar del universo, el pelo lamiéndole los hombros, y las canicas que yo también las extraño!!


ldiwuflkBesoteslfakjsflj

Hamante Himaginario dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Hamante Himaginario dijo...

y Leandro lo dijo, y lo dijo bien, muy bien!!
que gustaso che!!

Gonzalo dijo...

"- Por mirarme a mí te estás perdiendo uno de los fenómenos más hermosos de la naturaleza.
- Aunque lamento estar en desacuerdo, es mi deber informarte que la tuya es una afirmación muy contradictoria, porque eso es justamente lo que yo estoy viendo."

Perfecto.

Muy buen relato, ojalá lleguen más y de la misma calidad.

rzvug!